Querida Ana,
Quizá te convendría leer esto
cada vez que necesites un refugio de un mundo que suele agobiar por ser tan
desesperanzador. Para no comenzar sólo con una mala nota, quiero recordarte que
todo mejora, si uno quiere que así sea.
No me es extraño que te preguntes
cada tanto si esto es lo tuyo, o si debés buscar algo que no demande tanto
esfuerzo emocional y compromiso. Dudo muchísimo que algún docente, a través de
los años, no se haya planteado ciertas cuestiones en muchísimas oportunidades. Esto es, en TU opinión, algo bueno, certero.
Es que, querida Ana, es imposible atravesar esta profesión sin preguntárselo.
Te recuerdo algo: una vez
terminada la secundaria, hiciste lo que la mayoría de los adolescentes hacían
en esa época, te metiste al CBC para estudiar Traductorado Público, porque era
lo único que respondía más o menos a tus intereses y posibilidades económicas.
Como era de esperarse, te aburrió el aspecto legal de la carrera, y
abandonaste. Luego intentaste entrar a la carrera de Traductor
Técnico-científico-literario, y nuevamente, algo te dijo que no estabas lista
para eso. Quedaba así, intentar hacer el profesorado. Quizá no recuerdes, pero
empezaste allí por 2002, en el 41, muy joven, y muy joven abandonaste también. Te
recordaría las otras tantas veces que retomaste el profesorado, en distintas
instituciones, pero ya te das una idea hacia dónde voy: nunca estuviste segura
de tu vocación. Lo curioso es que nunca, en todos esos años, abandonaste el
trabajo en la escuela. ¿Te acordás? Comenzaste a dar clases en 2004, un segundo
grado en una escuela de Mármol. Desde ese momento, nunca abandonaste la
docencia. Por si no lo habías notado, hay mucha contradicción entre esto y lo
que pensás sobre tu vocación real.
Quizá lo más curioso de todo, fue
cuando una amiga te insistió para retomar los estudios. Tal vez presionada por
varios factores, te decidiste a intentarlo, y así fue. ¡Cómo costó! Tanto
esfuerzo y tantos obstáculos desde ese día. La buena noticia es que esta vez te
convenciste de que había algo que antes no habías logrado desmenuzar. (Te
encanta esa palabra, sí) La docencia SÍ era lo tuyo. En 15 años de trabajo,
tuviste inmensidad de experiencias, de las más variadas y el miedo que sentías
a estar frente a tus alumnos se fue re-configurando. Sin embargo, cuando recordás
tú paso por las aulas, a aquellos
alumnos que todavía hoy recordás con tanto cariño (o no tanto), estás hablando
de tu experiencia de vida. Porque la docencia, es una experiencia de vida
total. Es reflexionar todo el tiempo sobre la tarea de enseñar. Así como cuestionamos
nuestra propia existencia y el mundo que nos rodea, todo el tiempo.
Siempre te preguntaste qué te
movió a no abandonar la docencia en todo este tiempo. Para ello no quiero
olvidarme que una vez leyendo a Pablo Freire, te llamó mucho la
atención una frase suya que dice así:
“Cualquiera
que sea la dimensión por la cual consideramos la auténtica práctica educativa
su proceso implica la esperanza… Los educadores sin esperanza contradicen su
práctica… las educadoras y educadores debería analizar siempre las ideas
venidas de la realidad social. Idas y venidas que permiten un mayor
entendimiento de la esperanza”
Y tuviste una suerte de epifanía:
Reconociste en vos una necesidad de encontrar la esperanza en este mundo tan
desalentador. Reconociste que la docencia es motor de la esperanza para un
mundo algo más justo en medio de un caos que uno a veces no logra entender ni
asimilar. Ves en tus alumnos las capacidades listas para ser nutridas y
cosechadas. Te refugiaste en el placer del conocer y el ayudar a conocer. Re significaste
el valor de tu tarea todos estos años y la miraste con más amor. Entendiste que educar es un acto de justicia. Examinaste tu
rol docente y aceptaste que la neutralidad nunca es posible en una profesión
como esta. Y si bien no quisiste intencionalmente ‘implantar’ tu ideología en
tus alumnos, tu visión de un mundo más justo siempre fue tu bandera.
Querida Ana, espero que esto último
te acompañe por el resto de tus días. No olvides quién sos, ni de dónde
viniste. Te espero aquí nuevamente, con estas palabras sensatas, cuando
quieras.
Mucha suerte.
Ana.